Por Leonardo Arriaga G.
Trabajo de investigación de Edgardo Rafael Malaspina Guerra
- Empezando a ejercer su profesión de médico en los pueblos de la cordillera andina, José Gregorio Hernández se muestra galante con las mujeres y manifiesta su gusto por el baile. Sobre una de esas ciudades escribió: “Sus mujeres son muy simpáticas y agradables; bailan muy bien, si me guío por la única con la que he bailado una noche en mi casa, con piano; me aseguran que hay otra que baila mejor que ella. Yo me he hecho muy amigo de esa afamada pareja y me ha prometido bailar conmigo la segunda pieza en la próxima oportunidad”.
En otra parte dice: “Tres horas después llegué a Valera, donde me disponía a comprar unos dulces para mitigar la sensación poderosa de hambre que se me desarrolla cuando monto a caballo; inmediatamente me vi rodeado por todos los amigos del lugar que, en un abrir y cerrar de ojos, me desmontaron y participaron que, por ser Nochebuena, debía quedarme a bailar con ellos. Todas mis excusas fueron inútiles, y estuve bailando hasta las cuatro de la mañana cuando me permitieron seguir mi camino”.
Luego remata: “A las once a.m. llegamos a Mérida, donde me detuve cinco días para dejar descansar las bestias y porque inmediatamente me invitaron a un baile que se efectuaría el 31 de diciembre en la noche, dado por el presidente del estado y otras autoridades. El baile estuvo muy bueno…”
- José Gregorio Hernández era un hombre de mediana estatura, más bien baja. Medía un metro con 60 centímetros. Era delgado; cuando ingresó en la orden de la Cartuja, pesaba no más de 50 kg. Al final de su vida se pintaba el cabello y el bigote. Vestía pulcramente y siempre de negro. Pero al regresar de Italia, luego de su frustrado intento de ingresar en la Cartuja, cambió radicalmente de atuendo. Sobre ese aspecto, Jesús Rafael Rísquez escribió: “El paltó negro, la camarita y los demás elementos fúnebres que antes usaba los había cambiado por trajes de colores, de acuerdo a la tonalidad del vestido y moda de la época”. Los cambios en la vestimenta y el comportamiento en general del Dr. Hernández fueron notables y sus amigos así lo testifican. Carlos Travieso, quien fue su alumno, al constatar el privilegio que tuvo de ser discípulo del santo hombre en la cátedra de Histología, afirma: “Al regresar del exterior y quizás como impuesta reacción a sus frustradas aspiraciones, trataba de ser excéntrico. No más atuendos clericales, ni siquiera el austero paltó-levita y la camarita; al contrario, se la daba de dandy. Conocí al doctor Hernández entonces, cuando en 1919 comencé a estudiar Medicina.”
Más adelante, Travieso habla del cabello y el bigote de Hernández, bien cuidados y teñidos, y de sus ropas finas: “Vestía acicaladamente trajes bien confeccionados y a la última moda, se tocaba el sombrero de fieltro elegante y en armonía con la indumentaria, y gustaba calzar zapatos de dos tonos”.
- Hernández también empezó a fumar. Su íntimo amigo Doménico escribe: “Ya había notado yo cuán peripuesto me llegaba el viejo amigo, tan distinto del que había conocido. Al terminar la comida, saca una lujosa cigarrera y, brindándome, dice: ‘Yo fumo, ¿tú no fumas?’ Rarezas ajenas a su carácter”.
Esos cambios bruscos en la personalidad de José Gregorio Hernández fueron criticados por la sociedad caraqueña. Algunos biógrafos explican que probablemente todo se debió a una recomendación del Maestro de Novicios de la Cartuja “como penitencia para que se burlaran de él”.
- Es importante resaltar el momento que lo destaca como patriota. En 1902, los ingleses y los alemanes atacan La Guaira y Puerto Cabello para cobrarle una deuda al país. Cipriano Castro hace un llamado para defender la patria. Entonces, José Gregorio Hernández se presenta de primero para ir al frente como simple soldado.
- Estando vivo, Hernández ya su fotografía era colocada en casas y farmacias. Actualmente, esta veneración es un fenómeno generalizado. Moisés Feldman dice: “Los pacientes, quienes sufren las consecuencias de la crisis, vienen al hospital a buscar la ciencia y, en su pobreza, complementan sus limitaciones en la relación médico-paciente con una estampa de José Gregorio Hernández”.
- Nunca usó maletín a pesar de algunas litografías que lo representan portándolo. Tomaba el pulso y medía la fiebre. No usaba estetoscopio, auscultaba directamente a través de un pañuelo. No se sentaba y escribía el récipe de pie.
- Su popularidad era tanta que la compañía telefónica, recién instalada en Caracas, le otorgó el teléfono número uno para que realizara su trabajo.
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